Pablo Martín-Aceña, el rigor de un historiador de la economía

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A Pablo Martín-Aceña le gustaban los refranes. Sabía muchos, pero solía combinarlos de manera estrambótica, sin darse cuenta. Sonreía satisfecho después de decir alguno, mientras nos miraba. Los amigos no sabíamos si reírnos o dejarlo estar. Formaba parte de un despiste ordinary, sorprendente —o no— en una persona, por otra parte, tan racional y concienzuda en su trabajo como uno de nuestros mejores historiadores económicos. No hay más que volver a releer la larga lista de artículos y libros con los que nos regaló.

Pablo fue uno de los protagonistas, junto con Leandro Prados de la Escosura, Francisco Comín y después muchos más, de lo que se llamó “la nueva historia económica”, que invocó la teoría económica y el análisis econométrico para renovar el acercamiento a la historia de la economía, despojándola de servidumbres ideológicas ajenas. Y, por eso, ofreció —ofrecieron todos ellos—, gracias a sus análisis comparados, una nueva mirada hacia nuestro pasado, despojándolo también de tópicos sobre la excepcionalidad española, que incitó a muchos a hacer lo propio con la historia política.

Pablo Martín-Aceña se convirtió en el mayor especialista en la historia de la política monetaria, del sistema financiero español y del Banco de España. También en uno de los invitados preferentes en estancias, seminarios y congresos nacionales e internacionales, en España, en Europa y América. Del prestigio y reconocimiento que acumuló son buena muestra los mensajes que seguramente muchos hemos recibido desde los más diversos lugares, unos mensajes que no son mero acuse formal de ese reconocimiento, sino también de una cercanía amistosa. Porque a su rigor como historiador de la economía se sumaba una proximidad private, una enorme generosidad en su afán de promover a quienes empezaban y en la apreciación del trabajo de los demás, sin que nada de ello le impidiera ejercer la crítica cuando period necesaria.

Como ya han recordado Elena Martínez y Miguel Martorell, junto con colegas como Francisco Comín, Pablo Martín-Aceña desbrozó la historia de muchas de nuestras grandes empresas en trabajos promovidos por la Fundación Empresa Pública, Tabacalera Española, la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, la Fundación ICO o, muy especialmente, el Banco de España, al que dedicó muchas de sus energías desde los tiempos de Luis Ángel Rojo, y cuya historia estaba escribiendo. Enrique Múgica le encargó dirigir la investigación sobre las transacciones de oro procedentes de la Alemania Nazi, como parte de una investigación internacional en más de cuarenta países para medir las responsabilidades en el tráfico comercial y monetario con la dictadura de Hitler.

En aquel trabajo se revisaron y refutaron algunas de las afirmaciones acusatorias contra España de la administración estadounidense, causando un cierto revuelo internacional. Pablo defendió sin dudarlo el resultado de su investigación. Se emocionó cuando tuvo ocasión de intervenir ante el Congreso de los Estados Unidos, porque su respeto por las instituciones democráticas pesaba más que cualquier polémica, igual que se sintió emocionado por la condecoración al Mérito Civil que le valió su trabajo. Más allá de eso, a todos nosotros nos dejó su libro El oro de Moscú y El oro de Berlín, un ejemplo de cómo entroncar la historia económica y monetaria con la historia política, además de ofrecer el placer de leer un libro apasionante y tan bien escrito.

Fue un entregado a su profesión y nunca rehusó asumir cargos en la dirección de la Asociación de Historia Económica o de la Revista de Historia Económica, como tampoco otros más cargados de trabajo burocrático, pero también de su preocupación por la universidad, como el decanato de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Alcalá de Henares, a la que su biografía está tan estrechamente ligada. Pero la inmensa curiosidad, la pasión por la música, la literatura o el cine, las aficiones y los compromisos de Pablo Martín-Aceña lo llevaron mucho más allá de lo que habitualmente atribuimos a la lejanía de un especialista en historia económica y monetaria. Fue un asiduo de la Fundación Pablo Iglesias en los tiempos en los que la dirigía Fernando Claudín, donde organizamos seminarios junto con Santos Juliá, otro de sus grandes amigos. Y ha sido durante muchos años, una presencia constante en la Residencia de Estudiantes, de la que fue director adjunto y que ha contado con su colaboración absolutamente desinteresada, pero siempre interesada, en muchos de sus actos y, sobre todo, en la atención a sus becarios. Porque el ciudadano Pablo Martín-Aceña siempre ha sido así de generoso.

Quienes tuvimos el privilegio de beneficiarnos de su saber ser y estar, pero por encima de todo, de ser sus amigos, seguimos sin poder encajar la noticia de su fallecimiento. Apenas es un consuelo saber que la muerte le sobrevino de manera absolutamente inesperada cuando se disponía a emprender una de aquellas excursiones de senderista, otra de sus grandes pasiones que le llevó a andar y recorrer muchos rincones del mundo, muy especialmente de la sierra de Madrid que tanto amaba. Pablo, seguiremos encontrándonos contigo allá donde vayamos.

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