Murió el técnico que no vio venir el remaining de su carrera

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Orlando Aravena se jactaba de su viveza, que period una mezcla de conocimientos futbolísticos y sapiencia well-liked. Algo de razón tenía, porque tras una discreta campaña como jugador destacó de inmediato como técnico, donde cimentaría una carrera que siempre lo tuvo al borde del éxito, que le resultaba esquivo en la puntada remaining.

Estuvo al frente de una selección juvenil en 1975, que en el Sudamericano de Lima estuvo a punto de ganar el título, finalmente entregado a penales a Uruguay. Dirigió a casi todos los equipos de Santiago —exceptuando a la Universidad de Chile— pero jamás pudo levantar una copa. Fue sagaz en el Palestino de 1986, que perdió la definición del campeonato contra Colo Colo y su momento de mayor gloria lo vivió en la Copa América de 1987, al ganarle por 4 a 0 a Brasil, con baile incluido. Gas a su historia, la remaining la volvió a perder contra Uruguay por la cuenta mínima.

De una alegría contagiosa, optimismo desbordante y barniz well-liked, establecía íntima relación con sus dirigidos y period un pragmático a la hora de enfrentar los problemas. Directo y confrontacional con la prensa y los adversarios, se ganó el odio de los brasileños en las clasificatorias al Mundial de Italia provocándolos con bromas y metáforas que terminaron por transformar el partido de ida en el Estadio Nacional en una suerte de guerra inevitable.

En el partido de vuelta, con una poderosa selección encabezada por Romario y el Maracaná lleno, Aravena estaba sancionado. Debió ver desde una cabina de prensa como Roberto Rojas se cortaba una ceja intencionalmente y cómo, en respuesta a esa acción, la selección chilena se retiraba de la cancha en un hecho sin precedentes en la historia de las clasificatorias a las Copas del Mundo. Lejano e incomunicado, Aravena, pese a toda su viveza y sabiduría, no estuvo enterado del complot del arquero ni tuvo injerencia en la determinación de dar por terminado el partido sin considerar la opinión del juez.

Ese fue el punto de quiebre en su carrera. Sancionado a perpetuidad por la FIFA para dirigir internacionalmente, la peor condena de Aravena, apodado El Cabezón, fue no entender lo que sucedía en el momento clave de su carrera. Ser ignorante de la trama y perder el management de su grupo cuando más lo necesitaba. Nada volvería a ser lo mismo, no para él, ni para el Cóndor Rojas ni para el fútbol chileno.

Enfermo desde hace rato, Aravena murió con la lápida de lo ocurrido en aquel septiembre de 1989. Y por más esfuerzos que hagamos los que conocimos su trayectoria completa, todo quedó teñido por el episodio. Le quedará, a él y a sus admiradores, una doble satisfacción. No tuvo nada que ver con la farsa vergonzosa que lo sacó de la actividad. Y, pese a no haber ganado títulos en su carrera, ganarse en un lugar entre los técnicos históricos del fútbol chileno. Por su viveza, aunque el olfato le fallara cuando menos debía.

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