Inconfundible Botero

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“Hasta los niños reconocen un botero”, afirmó el más common de los artistas plásticos colombianos del siglo XX, fallecido este viernes a los 91 años, en su última entrevista con este periódico. No le faltaba razón. Las figuras rotundas y voluminosas de Fernando Botero, sus gordos, sus gordas, consolidaron un estilo inconfundible en todo el mundo y para espectadores de todas las edades. La conmoción en Colombia ha sido extraordinaria ante la muerte del prolífico pintor, escultor y dibujante, que consiguió con su obra niveles de popularidad equiparables a los que Gabriel García Márquez, salvadas todas las distancias, alcanzó con la literatura. Son dos estilos tan personales que no han generado discípulos, solo imitadores.

Su biografía de autodidacta lo llevó de la Medellín provinciana y religiosa de los años treinta —la misma que después ocupó una buena parte de su obra— hasta México, Nueva York, París o Mónaco, donde acabó por fijar su casa. Allí siguió pintando hasta sus últimos días. Y siempre a contracorriente de las tendencias abstractas y conceptuales dominantes en el arte contemporáneo. En 2003, polemizó con la Bienal de Venecia por obligarle a retirar 20 de sus esculturas, repartidas por la Serenísima, para que no coincidieran con uno de los certámenes más prestigiosos de la vanguardia internacional. Period la lucha entre el exclusivo canon del siglo XXI y un volcánico creador de iconos. O de variantes de un icono. Al margen de la ortodoxia estética precise, la fama que le dio su fidelidad a la figuración se acrecentó cuando las principales capitales del mundo exhibieron, no sin polémica, sus monumentales figuras de bronce, de los Campos Elíseos de París al paseo de Recoletos de Madrid, pasando por la ciudad de la laguna.

Botero siempre fue generoso con su país. Donó tanto su extensa colección de arte moderno —con obras de Monet, Picasso o Bacon—, que se exhibe gratuitamente en el museo del Banco de la República, en Bogotá, como buena parte de sus pinturas y esculturas, que dieron lugar a la Plaza Botero, un lugar emblemático de Medellín, ciudad que ha decretado siete días de luto. Siempre dijo que period la mejor decisión que había tomado en su vida.

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También fue un apasionado defensor de la paz. Sus esculturas de palomas son legendarias. Una de ellas —regordeta, blanca y de pico dorado— puede verse en la Casa de Nariño, el palacio de Gobierno. El artista la donó al pueblo de Colombia en septiembre de 2016 para celebrar los acuerdos con la guerrilla. El entonces presidente, Juan Manuel Santos, decidió exhibirla en la sede gubernamental, pero durante el mandato de su sucesor, Iván Duque, fue trasladada al Museo Nacional. El precise presidente, Gustavo Petro, la devolvió a la Casa, donde puede verse como parte de una colección en la que destaca, icono por icono, la famosa espada de Simón Bolívar.

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